Una lección que aprendí del profesor Jesus Huerta de Soto:
Hay una frase que puede sonar provocadora si uno no la entiende bien: “Toda acción humana es racional”. El instinto nos empuja a negarla. ¿Cómo va a ser racional el suicida? ¿O el alcohólico reincidente que destruye su vida a tragos? Pero lo que a primera vista parece absurdo, desde la perspectiva de la economía austríaca, cobra un sentido profundo. Y una vez que lo entendés, te cambia la forma de ver absolutamente todo.
Imaginá esto: estás por lanzar un negocio. Te apasiona la idea, ves una oportunidad, sentís que vale la pena arriesgar. Ponés dinero, tiempo, energía. Lo hacés porque, en ese momento, te parece que los beneficios van a superar a los costos. Esa elección es racional. Pero un año después, quebrás. Te das cuenta que te equivocaste. ¿Eso hace que tu decisión inicial haya sido irracional? No. Fue un error empresarial, no una locura.
La clave está en entender que la racionalidad no es sinónimo de perfección. No se trata de que siempre elijamos bien, sino de que actuamos con una lógica interna, una lógica de fines y medios. Hacemos lo que creemos que nos va a acercar más a lo que valoramos, aunque a veces nos equivoquemos en el cálculo.
La incertidumbre del futuro es inevitable. Por eso, los errores empresariales existen. Un error empresarial ocurre cuando, a posteriori, descubrimos que el costo de lo que hicimos fue mayor al valor que conseguimos. Pero incluso en ese error, hubo racionalidad: quisimos ganar y elegimos un camino que pensamos que nos iba a llevar hasta ahí. Fallamos, sí. Pero no actuamos como animales. Actuamos como humanos.
Y eso vale también para las decisiones más oscuras.
Un suicida, por ejemplo, no está actuando sin sentido. Desde su percepción, el sufrimiento que vive supera cualquier esperanza de mejora. Entonces, elige lo que cree que le traerá paz. Por supuesto, es trágico. Pero sigue siendo una acción racional en términos científicos: eligió el medio más directo para alcanzar un fin que valoraba más que seguir vivo.
O pensá en un alcohólico. Después de una terapia en Alcohólicos Anónimos, sale convencido de que no va a beber nunca más. Pero al doblar la esquina, ve una botella de whisky y se mete al bar. ¿Fue irracional? No. Simplemente cambió de opinión. En ese momento, le dio más valor a la sensación inmediata del alcohol que a los beneficios de la sobriedad.
El profesor lo explica con una claridad demoledora: la racionalidad no se mide en resultados, sino en intención. Si una persona, antes de actuar, piensa que los beneficios de lo que va a hacer son mayores que los costos, entonces su acción es racional.
Incluso en un contexto socialista, donde se niega el flujo natural de información del mercado, los individuos siguen actuando racionalmente. El problema no es el ser humano, sino el entorno. Si no hay precios reales ni libertad para emprender, no se puede acceder a la información necesaria para coordinar bien los recursos. Pero eso no significa que las personas actúen sin lógica. Significa que están atrapadas en un sistema que distorsiona sus incentivos y les impide ver con claridad.
Y es ahí donde el enfoque austríaco rompe con la economía matemática tradicional.
Mientras los modelos neoclásicos culpan a la gente por no comportarse “racionalmente” según sus ecuaciones, la Escuela Austríaca les responde: no entendieron nada. El modelo no falló porque la gente sea irracional. Falló porque la gente es demasiado humana para entrar en una fórmula.
El economista que se queja de que los agentes económicos no consumen durante una crisis, y en cambio ahorran, no entiende que están haciendo exactamente lo que deberían. Están tratando de recomponer sus finanzas. Saldar deudas. Recuperar control. Sentar las bases de su futuro. Eso no solo es racional, es admirable.
Por eso, una de las diferencias fundamentales entre la economía austríaca y la economía mainstream es esta: nosotros no juzgamos las decisiones humanas desde un escritorio. Las entendemos desde adentro, desde la lógica del actor. Y eso nos permite no solo explicar mejor el mundo, sino también respetarlo más.
Al final del día, la idea central es brutalmente poderosa: todo ser humano actúa con un propósito. Puede estar equivocado, puede cambiar de parecer, puede fallar. Pero nunca es un autómata sin rumbo. Siempre hay una intención detrás. Siempre hay racionalidad.
Aunque a veces duela, aunque a veces se equivoque.
Siempre racional.